El escándalo y la ética de Enron

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Anonim

El escándalo de Enron de 2001 le dio a la ética empresarial una nueva oportunidad de vida. Enron, una empresa de energía en Texas, fue considerada una historia de éxito económico. Su stock había crecido rápidamente y la junta directiva estaba satisfecha con la administración. Sin embargo, se descubrió que la administración estaba manteniendo dos juegos de libros, ocultando miles de millones de dólares en deudas. Arthur Andersen, una importante firma de contabilidad, había sido cómplice de este engaño y se fue con Enron a la infamia de los negocios. El escándalo expuso las debilidades en la forma estadounidense de hacer negocios.

El tablero

Uno de los aspectos más importantes del escándalo fue el hecho de que la junta directiva no parecía interesada en cuestionar a la gerencia. Debido a que las ganancias y los precios de las acciones subían, no había un incentivo real para hacer demasiadas preguntas. El consejo se veía a sí mismo únicamente como el representante de los accionistas sin ninguna obligación real para el público en general o los empleados de la firma. El gran problema ético es el papel de la junta en el control de la gestión. La gerencia busca enriquecerse, mientras que la junta busca enriquecer a sus accionistas. Después del escándalo, el rol de la junta directiva en la supervisión de la administración ha sido reevaluado.

Conflicto de intereses

El propósito de una firma de auditoría es trabajar con la junta para verificar el estado de las finanzas de una firma. Se supone que actúa como los ojos y oídos diagnósticos de los accionistas. En el caso de Enron, sin embargo, Arthur Andersen también fue consultor de Enron. Esto significaba que los auditores tenían interés en la prosperidad continua de la empresa y, por lo tanto, no tenían ningún incentivo para exponer los libros de registros fraudulentos que Enron mantenía. Nuevamente, mientras el dinero llegara y la junta estuviera feliz, no había ningún incentivo para hacer sonar el silbato.

Beneficios

Muchas empresas luchan con el dilema de buscar beneficios a corto plazo frente a un desarrollo estable. Estaba claro que Enron, una vez expuesto, había elegido la primera opción. Los accionistas, representados por el consejo, buscan dividendos o ganancias de capital en sus tenencias. Al menos a corto plazo, Enron hizo felices a todos: los auditores, los accionistas, el consejo y la administración. Las ganancias a corto plazo significaron un alza en los precios de las acciones, y todos los inversionistas hicieron fortunas rápidas. Una vez que se detectó el fraude, las acciones se desplomaron, y estas fortunas rápidas se perdieron. Una política de desarrollo estable a largo plazo no habría requerido las prácticas contables fraudulentas de Enron. El problema ético aquí es el verdadero propósito de la empresa: ¿es una máquina con fines de lucro o una unidad económica estable y productiva?

Legislación

El escándalo de Enron fue la causa real de la aprobación en 2002 de la Ley Sarbanes-Oxley. Esta ley buscó eliminar el conflicto de intereses entre auditores y empresas. Permitió al gobierno federal crear sus propios comités de auditoría y comisiones que existen para asegurarse de que tal colusión nunca vuelva a ocurrir. Los ejecutivos de todas las empresas, según la ley, deben asumir la responsabilidad total, personal y financiera de la exactitud de todos los informes financieros que se ponen a disposición del público y de los accionistas.